Una familia de Culleredo abre su casa para sumar apoyos y visibilizar la distrofia degenerativa
R. D. SEOANE
A CORUÑa / LA VOZ 07/09/2019
Anxo sopló este viernes 14 velas. «Es un niño feliz», dice su madre, Susana Santamaría. Teme que más adelante llegue el momento en que empiece a preguntar el por qué y, sobre todo, el cuándo y hacia dónde lo lleva una silla de ruedas eléctrica que todavía maneja con soltura. Padece una de esas enfermedades con el estigma de raras y la condena de estar huérfanas de cura. Por ahora. Se llama distrofia muscular de Duchenne y hoy se celebra en el mundo el día mundial para concienciar de su existencia. «Jamás la había oído antes, en mi vida; cuando el médico me lo dijo, me quedé en shock», recuerda sobre el momento del diagnóstico cuando apenas era un preescolar. Afecta a uno de cada 5.000 recién nacidos en el mundo y su hasta ahora irremediable origen está en una mutación del gen más grande de entre los conocidos, capaz de empequeñecer el futuro. De alguna forma, se come las células de los músculos. Los de las piernas, los de los brazos... y los que ayudan a respirar y a latir, también.
Anxo nunca pudo montar en bici. Quizá por eso le gustan tanto las carreras sobre ruedas. Los juegos a toda velocidad en la Play o los zombies del Fortnite con los que ve agitarse a su hermano Iago. La fiesta de cumpleaños incluyó, cómo no, el regalo que pedía: unos cascos inalámbricos para seguir corriendo sobre la pantalla del televisor.
Sin subir las escaleras
«Pregunta más su hermano», cuenta Susana sobre los interrogantes de una enfermedad para la que buscan esperanza. La orientadora del colegio les avisó de que al menor le preocupaba que Anxo no pudiese hacer lo que él sí. Se llevan apenas 15 meses y fue precisamente eso mismo, ver cómo el pequeño avanzaba más que el mayor, lo que cuando apenas eran bebés les llevó al médico. «Las madres tenemos un sexto sentido, sabía que algo pasaba». Anxo es celíaco, y «al principio pensamos -rememora-que tenía un pequeño retraso de crecimiento». Ni para entonces, ni tampoco después, consiguió el pequeño subir unas escaleras, aunque afronte su Everest particular de cada día.
Pero el Duchenne seguía su camino, el hígado dio señales de alarma y Anxo dejó de crecer. Aún no tenía cuatro años cuando llegó el mazazo. «No te lo esperas, ibas por otra cosa y la neuróloga te dice que con 12 estaría en silla de ruedas y después....». Así, sin anestesia ni paliativos, le resumieron el futuro.
De A Coruña a Barcelona
Con su marido, Bernardo Fernández, empezó una búsqueda que todavía sigue apoyándose en asociaciones de pacientes y en familias con niños que comparten la misma distrofia. «Queríamos saber qué podíamos hacer», explica. Y lo hicieron. Hasta recurrieron al Hospital Sant Joan de Deu, en Barcelona, a donde continúan llevando a Anxo cada seis meses para completar las múltiples revisiones y consultas que regularmente tiene en el materno del Chuac, el Teresa Herrera de A Coruña. Neurólogo, cardiólogo, traumatólogo, rehabilitador, endocrino, nutricionista... todos tratan de controlar las secuelas de una patología que más rápido de lo que se quiere no deja de progresar. Anxo toma corticoides, un par de pastillas para el corazón y duerme con un respirador.
Por el quirófano
«Ahora estamos viendo porque igual lo tienen que operar de escoliosis», explica sobre la curvatura que ha ido adoptando la columna de su chico. No será la primera vez. De pequeño perdió un curso al romperse el fémur y a los 7 años ya pasó por el quirófano por el telón de Aquiles: «Conseguimos que lo operasen y estuvo casi cuatro años pudiendo caminar aunque solo por casa con los callipers», explica Susana de las prótesis que retrasaron una inmovilidad que llegó de repente: «Fue complicado porque además fue de un día para otro: un día se podía levantar y al día siguiente ya no».
Ni un paso más
Anxo dejó así completamente de poder dar esos pasos ortopédicos por el pasillo. Aún así, «él lo lleva bien, con la silla sale a la calle y como la maneja él, puede ir a donde va su hermano». Iago, compañero de juegos, es también el que se ocupa de que no pierda comba en clase y le trae los deberes cuando no va al cole por tener que ir al médico. «Se llevan bien, aunque a veces se peleen... Anxo es muy tranquilo; son buenos chicos», apunta el padre. Los dos empezarán el día 18 juntos segundo de la ESO en el IES Rego de Trabe, de Culleredo.
El día a día pasa entre tareas, la fisioterapia en un centro, los estiramientos y ejercicios respiratorios en casa y mucha piscina. «Le gusta, en el agua flota y se mueve con más facilidad», resume Susana. Claridad y temor casi a partes iguales la atropellan al hablar: «Me preocupa que esto va para adelante, que no hay investigación, que no encuentren algo, ya no que cure a Anxo, pero que al menos lo pare, que frene o retrase la enfermedad y todo vaya más despacio». Esa es la razón- quién necesita más- por la que abre las puertas de su casa y corazón para contarlo. Soplando un año más en la batalla contra Duchenne.
«Nadie te prepara para algo así»
Anxo, que se ha ido adaptando «porque se ha acostumbrando desde pequeño a estar así», razona Susana, quizás no se dé cuenta. Pero, además de crecer donde lo hace, el «niño luchador que siempre tiene la sonrisa en la boca», como lo define su madre, cuenta con ciertas ventajas que «soy consciente -recalca-otras familias no tienen». En el colegio, una cuidadora. La fisioterapia por lo privado, porque Atención Temprana solo cubre hasta los 6 años y en el centro de salud «solo te dan 20 sesiones al año», la pagan en parte gracias a una asociación de enfermos. Y la empresa del padre, Vodafone, «tiene un fondo social para empleados con niños enfermos». A ello suman los 426 euros de la ayuda a la dependencia. «Nosotros nos arreglamos bien, pero sé que hay otros casos que lo pasan muy mal, porque pagar fisioterapia, logopeda... es un sueldo casi todos los meses», señala Susana.
En la asociación Duchenne Parent Projet, que hoy iluminará de rojo la torre de Hércules para atraer más miradas sobre la enfermedad, encuentran un hombro y apoyo psicológico, para los niños y las familias. Ella, con sus bajones, ha recurrido un par de veces: «Vas saliendo... aunque nadie te prepara para algo así».